Sentirse joven implica ser capaz de construirse un mundo a su manera en el que el tiempo no cuenta. Uno se cree poseedor de una secreta seducción con la que enfrentarse al futuro venciendo las dudas. Se fabrican sueños donde uno consigue momentos de gloria que lo harán inmortal; y con esta esperanza, resiste en la lucha contra el tiempo.
Vivir es sobrevivir, y esto, en ocasiones es cuestión de suerte. Tu camino se va trazando en medio de paisajes y músicas dejando atrás la inocencia junto a derrotas, orgullos y deseos inconfesables. Cuando se accede a cierta edad, se comprende que el tiempo es el bien más preciado porque es limitado y no renovable. Envejecer es perder. Reconoces que has ido perdiendo seres muy queridos, amigos, amores, esperanzas, tono muscular, poder sexual y mental, pero lo verdaderamente trágico es que se ha esfumado tu tiempo y tus oportunidades perdidas.
Solo te queda aprovechar cada nuevo día soleado y no cometer la torpeza de ignorar el valor inmenso de cada instante. Y conformarte con que tu memoria te mantenga atado a la luz cada nuevo amanecer, mientras contemplas la hermosa y clara mirada de tu nueva vida.
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