Empecé a interesarme por la ciencia hace varias décadas, gracias a los
libros de Isaac Asimov o de Carl Sagan (también su conocida serie de televisión Cosmos). Acercar la ciencia al gran público,
hacerla entretenida y fácil para los demás, contribuye, creo, a mejorar los
valores de los ciudadanos, y por tanto favorecer el progreso y el bienestar de
la sociedad. Hacer que la cultura científica constituya un componente de la felicidad
para alguien es una importante tarea, tanto para exitosos divulgadores científicos como
para humildes profesores.
Poco sentido tendría que lo que ocurre en los laboratorios o lo que se discute en los principales foros científicos se quedara allí
La psicología evolucionista, las neurociencias, la biotecnología o la genética
han sido los temas que siempre busqué para entender las claves del comportamiento
del ser humano. ¿Por qué somos como somos? Ésta es la cuestión para encontrar
sentido a la vida, si es que lo tiene. Desde hace un tiempo, es la física teórica
la que ocupa el centro de mis lecturas. Unas gafas nuevas y adecuadas para
apreciar la belleza del mundo. Desentrañar los misterios del universo, buscar
lo absoluto, si es que eso es posible.
“Siete breves lecciones de física”, “El
orden del tiempo”, “La realidad no es lo que parece”, “¿Y si el tiempo no
existiese?” Estos son los
sugerentes títulos de un excelente divulgador italiano, Carlo Rovelli, que han ocupado los últimos momentos de cada noche desde hace unos meses.
Para completar mi selección, añado este otro: "La termodinámica de la vida”, de Eric D. Schneider y Dorion Sagan.
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