jueves, 16 de abril de 2020

PRIVACIDAD


Día 16 de abril. Día 34 de confinamiento.

Continúan cayendo los días. Se habla de geolocalización a través de los móviles cuando nos volvamos a desplazar por el exterior. Se intentará conocer las vías de contagio. Hay quien se queja. En realidad, ahora estamos encerrados en casa, y cualquier sitio al que vayamos desde internet puede ser capturado, contabilizado y tratado como un dato más del que disponen para conocernos mejor. Se habla de control de los individuos por parte del Estado. Cualquier cosa que yo haga con este teclado, cualquier página a la que acuda desde la silla en la que estoy sentado puede ser computarizado y pasado por un algoritmo y adivinará muchas cosas sobre mis gustos al consumir, también sobre mi personalidad, mi inteligencia o mis valores morales.

Pero de momento, en estos días de reposo casero encuentro tiempo para escuchar tranquilamente mi música de siempre, y no hay forma de que ningún algoritmo calcule por qué  con cada canción salga un torrente bioquímico en mi cerebro que me lleva a tiempos y lugares que son parte de mi yo más profundo. Últimamente viajo con el pop de hace algunos años: Morrisey, James, Keane y alguno más.  Solo yo sé por qué estos. Y nadie más sería capaz de situar el paisaje sentimental donde se sitúan los acordes de cada canción que escucho mientras unos suaves rayos de sol de primavera reposan con quietud sobre mi piel. Son secretos guardados en misteriosos e inexpugnables rincones de mi cerebro. Esta privacidad es infranqueable, de momento.

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