El estado de la mente es, en el fondo, una cuestión de química cerebral.
Hay sustancias que modifican sustancialmente nuestro estado de ánimo. Hay moléculas que nos tranquilizan y nos relajan para poder dormir, otras nos vuelven eufóricos, y otras nos abren puertas a relaciones sociales y sexuales. Otras sustancias nos vuelven obsesivos y nos hacen ser dependientes de ellas, y otras nos anestesian y nos apagan la conciencia.
Así que, en cada momento, nuestra conducta, lo que somos, depende de una compleja tormenta bioquímica desatada en el interior de nuestro cerebro. Y si la sangre deja de enviar nutrientes a las neuronas, estas entran en un equilibrio termodinámico mortal que apagará la conciencia definitivamente.
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