Preste atención a la celebración de un gol por parte de un grupo de hinchas con la cara pintada, o a un grupo de jóvenes bailando en una “rave” o en un concierto de rock con su cerebro repleto de adrenalina y otras sustancias. Observe a unos adolescentes pavoneándose delante de un grupo de hermbras en busca de sexo cualquier sábado en cualquier fiesta. Fíjese en una pelea entre machos alfa después de una absurda discusión por una cuestión de tráfico. Mire a una madre quitando piojos a su hijo o a un hijo cogiendo la mano de su padre. Sienta envidia cuando ve a un quinceañero acariciando a su novia. Hágalo como si estuviera viendo un documental sobre una especie de primates compleja pero previsiblemente animal. Vea un documental sobre la odisea de la especie humana y entenderá mejor el mundo que le rodea.
Esa mirada etológica y desapasionada sobre el ser humano es tremendamente reveladora. Al observarnos como un grupo más de primates —con nuestros rituales de apareamiento, afiliación grupal, jerarquía, territorialidad y mecanismos de recompensa— se deshace la ilusión de que somos seres racionales por encima de la naturaleza.
Observar al ser humano desde fuera —como etólogos estudiando una colonia de chimpancés — permite una revelación incómoda pero liberadora: seguimos siendo monos. Monos complejos, verbales, simbólicos, con historia y arte, sí. Pero al fin y al cabo, monos con circuitos cerebrales diseñados para sobrevivir en grupo, reproducirse con éxito y mantener un lugar en la jerarquía tribal.
Todo lo que hacemos —bailar, pelear, besar, escribir, cantar, filosofar— está atravesado por impulsos que nacieron en la sabana africana y evolucionaron durante millones de años de evolución. No somos ajenos a la naturaleza: somos naturaleza expresada en formas sofisticadas.
Entender que somos animales no nos rebaja, no nos condena: nos permite ver con claridad, asumir nuestros límites, y —quizás— construir culturas más conscientes de sus raíces.
Aceptar que el libre albedrío es una ilusión, que la moral es una construcción emergente, y que la racionalidad es una herramienta adaptativa, nos coloca en una posición mucho más honesta: la de un animal que, por un extraño giro evolutivo, es capaz de observarse a sí mismo.
Y ese gesto, ese espejo, nos humaniza en profundidad, porque nos recuerda que, antes que dioses o ángeles caídos, somos simplemente monos que piensan. Y al pensarnos, quizás podamos comportarnos un poco mejor.
La autoconciencia que tanto nos enorgullece, puede verse como una construcción de un relato posterior, un barniz narrativo que justifica lo que ya estaba determinado por impulsos más básicos. Claro, no todo es biológico, no todo es material. Claro. La conducta humana es muy compleja pero determinada a la manera en que lo explica Sapolsky y depende de muchos factores y ante cualquier tendencia evolutiva generalizada pueden encontrarse excepciones. Todas las que ustedes quieran.
Pueden hacerse reflexiones desde diferentes puntos de vista. Yo lo voy hacer como si estuviera viendo a un mono, a un animal. Y no quiero hablar sobre asuntos muy sórdidos donde podríamos ver a la bestia salvaje que, en determinadas circunstancias, algunos llevan dentro.
Imagina que observas a un grupo de monos desde lo alto de una colina. No cualquier grupo: uno extraño. Llevan ropa, gritan en estadios, componen canciones, construyen catedrales, lanzan bombas, rezan a seres invisibles, enseñan matemáticas y se angustian por el sentido de la vida. Pero si los miras con la calma de un etólogo —como si filmaras un documental de primates—, empiezas a ver lo esencial: siguen siendo animales. Solo que animales con lenguaje, con símbolos, con una mente tan desarrollada que puede incluso autodestruirse. Este artículo es un intento de mirar al Homo sapiens con esa distancia: como un primate simbólico, gregario, sexual, territorial, con un cerebro desbordado por su propia complejidad.
No estoy investigando nada, no estoy estudiando nada, y ni siquiera soy filósofo, tan solo reflexiono desde la soledad y la humildad sin saber muy bien para qué. El pensar me viene solo, la razón de escribir mis pensamientos es un misterio; posiblemente para que mis hijos hereden ideas además de patrimonio . Simplemente soy un mono con la condición de primate que intenta observar la conducta humana para intentar entenderla. Y si alguien se siente ofendido en alguna idea es que no me ha entendido bien.