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sábado, 31 de mayo de 2014

HOMÚNCULO

      Dentro de esa masa gelatinosa de kilo y medio que tenemos dentro del cráneo existe una inconmensurable maraña de neuronas con multitud de hormonas, neurotransmisores, e iones de todo tipo.

      Sin embargo, para que exista libre albedrío se requiere que exista en cualquier rincón un centro de control donde un homúnculo de naturaleza no biológica ejerza de jefe de mandos. Fantasma en la máquina, alma, “yo” inmaterial, sea cual sea su nombre debería gobernar ese torbellino molecular que fluye por el cerebro y hacerse responsable, en última instancia, de la conducta del individuo. 

       Pero no hay tal homúnculo, y por tanto, tampoco libre albedrío.

domingo, 13 de abril de 2014

SIN PERDÓN. CLAUDIA'S THEME


Esta noche he vuelto a escuchar el tema principal de la banda sonora de la película de Clint Eastwood "Sin perdón". Me he vuelto a emocionar. Se trata de un tema sencillo y frágil, y a la vez brillante, hondo, hermoso, melancólico. El tema se llama Claudia's theme y es el contrapunto perfecto para un film duro y seco como el whisky. Una nostálgica incursión en el mito del pistolero con alguna de las secuencias más violentas que ha rodado Eastwood, lo cual es mucho decir.  Una nueva demostración de que es uno de los grandes del séptimo arte. Aquí les dejo esta perla musical.






sábado, 8 de marzo de 2014

TIEMPO, MEMORIA Y LIBRE ALBEDRÍO





Un hombre está hecho de tiempo y de memoria; 

y se siente libre pero no lo es.

Su tiempo se acaba cuando lo hace su memoria.


jueves, 27 de febrero de 2014

AZAR


¿Quién eligió al espermatozoide y al óvulo que nos proporcionaron nuestra información genética? ¿Y la época en que nos tocó nacer? ¿Decidieron nuestros padres el colegio donde realizamos nuestros primeros estudios, o dependía del lugar de trabajo que, a su vez, dependía de un jefe y de muchas casualidades más? ¿Eligió usted, querido lector, el barrio donde creció y los vecinos que luego se convirtieron en sus amigos? ¿Y la ciudad donde creció?

Los profesores que hemos tenido en nuestra etapa educativa, y que en muchas ocasiones marcaron nuestras preferencias profesionales dependían de unas oposiciones que aprobaron al sacar una bola al azar, una bolita de un bingo de juguete metida dentro de un saco.  ¿De cuantas rocambolescas casualidades dependió aquel trabajo que tuvimos en una época, que nos permitió conocer a alguien muy importante que determinó el curso de los acontecimientos posteriores? ¿Qué casualidad nos llevó a cruzarnos con un vendedor de pisos que nos convenció y que hizo que nuestra vida transcurriera en un lugar determinado? ¿Cuánto habrían cambiado las cosas si aquella noche del sábado no hubiéramos estado allí?

Una jeringuilla contaminada con un virus maligno en un hospital de otras épocas se cruza con un paciente y ya nada será igual. La vida del desafortunado inocente, y la de todos sus allegados estará trágicamente marcada por ese casual contagio.

Coger el vagón de metro que será objeto de un atentado terrorista depende de pocos segundos. Atarse el cordón de los zapatos, o pararse a comprar el periódico puede permitirnos coger este metro o el siguiente. Pero nada será igual.

Un simple resfriado le permitió a Marta conocer a Luis, su médico y posteriormente su esposo. Marta se resfrió porque fue contagiado por un desconocido niño que viajaba a su lado en el autobús  y al que nunca volvió a ver. Sin ese virus no existiría Laura, la hija de Luis y de Marta.

Algunos segundos parecen determinantes para provocar cambios drásticos en nuestras vidas, pero ¿tienen más importancia unos segundos que otros en el devenir de los acontecimientos? ¿Por qué?

Claro, existen casualidades. Pero hay algún momento en tu vida que no esté marcado por la casualidad. Nada de lo que estás haciendo ahora hubiera ocurrido si el número agraciado con el gordo de la lotería en las últimas navidades hubiera sido el tuyo. ¿Por qué nuestras vidas dependen tantas veces de lo que ocurre con el azar?

 ¿De qué depende todo? ¿Está todo ligado al azar? ¿O, simplemente, no existe?

domingo, 26 de enero de 2014

CINE DE MIEDO. LA NOCHE DEL CAZADOR


No soy un especial aficionado a este género cinematográfico, entre otras cosas, porque me dan mucho miedo, aunque es, precisamente, lo que debe ocurrir. Me costó mucho entrar en una sala para ver por primera vez El exorcista (William Friedkin, 1973), y lo pasé mal, es decir, con inquietante angustia durante hora y media. Aún me cuesta ver una fotografía de la niña, o escuchar el famoso: “Mira lo que hace la guarra de tu hija”. Lo mismo me ocurre con La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968), o las diferentes versiones de Drácula. También me da mucho miedo  Anthony Hopkins en la inquietante El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991) y otras películas de psicópatas como la famosa Psicosis (1960)  de Alfred Hitchcock.  Pero una de las cumbres del género procede de nuevo del genio de Stanley  Kubrick, que  dejó su marca en la escalofriante El resplandor (1980) con un excéntrico Jack Nicholson sembrando el terror en un hotel abandonado. Tuvo que pasar algún tiempo para que esta obra, basada en un relato de Stephen King, ocupara el lugar privilegiado que merece en el cine de terror.

Para los amantes de emociones fuertes, también les recomendaría un título no muy conocido: Suspense (Jack Clayton, 1961) donde uno se sumerge en algunos de los elementos típicos del género: mansiones rurales solitarias, figuras fantasmagóricas por detrás de los cristales, y niños inquietantes. Esta joya en blanco y negro  tuvo una indudable influencia en el español  Amenábar y su enigmático film Los otros.

También una muy antigua La parada de los monstruos, de Tod Browning (1931), rodada con seres humanos con severas malformaciones físicas y problemas mentales que dotan a la película de un realismo perturbador. Se trata de un relato circense de amor y traición que logra conmover y asustar al espectador. Considerada hoy como película de culto, fue en su día un gran fracaso de taquilla por la rareza de la propuesta y por la repugnancia que pudo causar en el público. Otra rareza que vi en mi adolescencia y ya no he vuelto a ver es un relato inquietante sobre una isla soleada dominada por unos niños que deciden vengarse de los adultos. Se trata de “Quien puede matar a un niño” de Narciso Ibáñez Serrador (1976)

Pero dejando aparte exorcismos, vísceras, zombis, fantasmas o sangre, yo les recomendaría ver, si no lo han hecho ya, una maravillosa y peculiar joya: La noche del cazador(1955),la única película que realizó Charles Laughton.



A medio camino entre el cuento de hadas y el de terror, nos cuenta la historia de unos niños al que su padre les confía un dinero robado poco antes de ser detenido. El reverendo Powell, un psicópata asesino de viudas, se entera y va en busca de la madre de los niños y del botín en un ambiente de la América profunda de la Gran Depresión.

Hay muchas cosas a destacar, pero conviene empezar por la impresionante interpretación de Robert Mitchum en el papel de reverendo. Constituye sin duda, uno de los personajes más aterradores y cínicos de la historia del cine. Un auténtico y monstruoso lobo metido en un cuento de niños.Con la palabra amor escrita en los dedos de una mano, y odio en la otra mano, el predicador presenta una esquizofrénica personalidad entre el bien y el mal,  la psicosis y la fe, entre un predicador bondadoso y el más despiadado criminal.

Muchas imágenes quedan grabadas en la memoria del espectador. Persecuciones en la escalera del sótano. El asesinato de la madre y la figura del cadáver en el rio. La silueta del reverendo a caballo recortada en el horizonte, la canción que tararea mientras persigue a los niños. Los gritos en la noche cuando los niños se escapan con una barquita de las  manos del siniestro asesino. Toda una serie de momentos de autentico cine de terror. Junto a ellos unas imágenes propias de una fábula infantil, con el cielo adornado de estrellas, secuencias de primeros planos de la fauna y flora del rio iluminados por la luna durante la huida de los niños. Todo hace que se llene la pantalla de magia y que el espectador quede fascinado por la originalidad de lo que está viendo.

 También hay que destacar la presencia de Lilian Gish que volvió al cine para protagonizar a Rachel, una anciana que recoge en su granja a los niños abandonados. Rachel supone la fuerza del bien-amor, que equilibra la perturbadora y poderosa presencia del mal-odio del predicador. También aquí, junto a momentos de autentico sobrecogimiento propios de la peor de las pesadillas, asistimos a momentos de ternura y cariño propios de un cuento de hadas. Momentos de milagrosa y esperanzadora humanidad. En una secuencia conmovedora la anciana Rachel lava el pelo del niño con protección materna. La anciana y los inocentes niños caminan en fila como si de unos ánades se tratara. La cogida de las manos frente a la apabullante amenaza de uno de los peores “malos” del cine de terror.

 Sin sangre, sin ruidos.

jueves, 26 de diciembre de 2013

LA DUDA DE DARWIN




No hay miedo más profundo y frio que el que siente un padre ante una grave enfermedad de su hija. Ni vacío más desolador que el que deja su muerte. Estas son las circunstancias que rodearon a  Charles Darwin durante buena parte del proceso de gestación de su obra “El origen de las especies”. Éste es el núcleo central de la novela “ La caja de Annie ”que Randal Keynes, tataranieto del propio Darwin, publicó hace unos años motivado por el encuentro de una pequeña caja de la niña que contenía cuadernos de notas y cartas de  Charles y que heredó de sus antepasados. Posteriormente, el propio Randal participó en el guión de la película “ La duda de Darwin ” (Creation, 2009) que dirigió el británico Jon Amiel.
La película, no estrenada en las salas comerciales de España, está impecablemente interpretada por Paul Bettany y Jennifer Connelly, matrimonio en la pantalla y en la vida real, junto a la adorable niña Martha West, que hace el papel de Annie, la desafortunada hija mayor del matrimonio que falleció con 10 años de edad. Cuenta además con una banda sonora excelente de Chistopher Young y una cuidada producción en la que participa la BBC.
El film no es una biografía del famoso naturalista y deja al margen aspectos importantes como su conocido viaje a bordo del Beagle, o la repercusión social que tuvo la publicación de su libro; se centra en la dramática relación con su hija y como influyó en sus ideas sobre la naturaleza de la vida. Rodeado de un ambiente cristiano, le costará conciliar su  dolorosa experiencia con la idea de un dios generoso que permite la crueldad y la implacable lucha por la existencia que observa en la realidad. Sus dudas sobre el creacionismo y la interpretación literal de las Escrituras le acarrearán conflictos en su interior y en su entorno social. ¿Estamos ante un plan divino que explica el destino de los seres vivos, o lo importante es una cuestión de supervivencia y de selección natural? Son las dudas que consigue vencer el naturalista inglés para proponer la teoría más revolucionaria de la historia del pensamiento.
Darwin desconocía los mecanismos de  la herencia, precisamente uno de sus quebraderos de cabeza, y se sentía culpable de que Annie heredara su delicada  salud, aunque parece que la niña murió de tuberculosis, mientras él padecía una misteriosa enfermedad que en la actualidad algunos atribuyen a una infección contagiada en Sudamérica en su famoso viaje con el Beagle.
Sus dudas, sus entusiasmos, su mala salud, la fuerza de sus afectos y de su dolor van fluyendo a lo largo de una narración repleta de flash backs que intentan entender la complejidad de una de las mentes más influyentes de la historia de la ciencia. Sus ideas tuvieron repercusión mucho más allá del campo de la biología y resultan fundamentales para poder comprender la naturaleza humana. Por esto, y sin parecerme una película redonda, creo que es muy oportuno recomendar esta interesante y desconocida película.

domingo, 1 de diciembre de 2013

EL WESTERN.


Yo crecí jugando con dólares, pistolas y flechas. Desde mi más tierna infancia, y por motivos de trabajo de mi familia paterna, asistí con mucha frecuencia a una sala de cine donde se proyectaban sesiones dobles donde predominaban las películas de “vaqueros”. Un tío mío solía decir que las películas de vaqueros eran siempre entretenidas;  igual tenía razón, o quizá, eran otros tiempos.

La mayoría eran spaguetti westerns rodados en la polvorienta Almería donde salían malvados muy canallas que pretendían secuestrar a la bella protagonista o adueñarse de todo un pueblo liándose a tiros con quien se cruzaba por delante. Por misteriosos y lejanos rincones de mi memoria aparece una de las primeras películas que recuerdo, con un tipo muy cínico llamado Monedero; consultando  la web he recuperado el suculento  título: “Voy, le mato y vuelvo”, de Enzo Casteglari. Puede que la mayoría sean olvidables, pero entre ellas se encontraba también la apreciable trilogía de Sergio Leone El bueno el feo y el malo, Por un puñado de dólares,  o La muerte tenía un precio, todas con la impagable música de Ennio Morricone, y con la presencia de un tipo duro de rostro inquebrantable que masticaba un purito y disparaba sin temblar jamás; se llamaba Clint Eastwood y era el favorito de mi padre.


Posteriormente conocí los principales títulos del western americano que constituyen - eso dicen- junto al jazz, las principales aportaciones de los Estados Unidos a la cultura occidental.

Pueblos sin ley,  caballos al galope, pistoleros, sheriffs, colonos, indios, soldados del séptimo de caballería, alambradas, recompensas, el saloon y sus chicas... Toda una iconografía que sirve para contar historias de supervivencia en entornos hostiles y desarrolladas en enormes espacios abiertos o en polvorientos pueblos buscando la llegada de la civilización.

Entre los títulos míticos están los de John Ford: El hombre que mato a Liberty Valance, Centauros del desierto (considerada por los críticos como uno de los mejores films de la historia), Fort Apache, entre otras películas del séptimo de caballería; los míticos títulos  de Anthony Mann, de Bud Boetticher, en fin, la lista sería demasiado larga.

A mí me gusta especialmente la cinta sobre el juez Roy Bean El forastero, (inolvidable Walter Brenan) de William Wyler, o El pistolero de Henry King con un sobrio Gregory Peck. También el conocido Johnny Guitar, con diálogos excelentes, donde la  dura Joanne Crawford regenta un local con muchas dificultades, o el gran clásico Raíces profundas, tierno y soberbio como pocos.

En otro estilo recomendaría el sobrecogedor Pat Garrett y Billy the Kid(1973) de Sam Peckimpah con la profunda canción de Bob Dylan “tocando a las puertas del cielo” y que nos contaba una de las historias más míticas y legendarias del Oeste.

Me voy a permitir comentar un western menos conocido: Juntos hasta la muerte (Colorado Territory), rodado en 1949 por el maestro del género de aventuras Raoul Walsh.
 

Basándose en una novela de Burnett que el propio Walsh ya adaptó anteriormente en un magnífico film negro, El último refugio, realiza un film austero, rotundo y salvajemente romántico. 
Joel McCrea es un preso solitario al que ayudan a escapar para que realice un último golpe. Cruza toda clase de fatalidades intentando redimirse junto a una bellísima chica de oscuro pasado (Virginia Mayo) con la que tendrá una intensa y apasionada relación. El espectador asiste sin pestañear a una historia de amor y muerte en pueblos abandonados en mitad de un desierto y con un final que inspirará a muchas obras posteriores como Duelo al sol de King Vidor (otro grandioso western) o el maravilloso film negro de serie B El demonio y las armas.
 

Buena parte de la iconografía del western está contenida en los 90 minutos que dura esta joya del género. Puñetazos, tiros, traiciones, asaltos a trenes, la fatalidad del destino impregnada en el Cañón de la Muerte del río Colorado y en el rostro de los protagonistas. Pueblos erosionados por el tiempo, paisajes y personajes con carácter fúnebre que nos recordará al magistral Sin perdón de Clint Eastwood, sin duda uno de los principales nombres de la historia del western, y del cine.