Mi madre vino a este mundo a los pocos meses de iniciada la guerra civil, en La Vall d Uixó, una localidad situada a los pies de la Sierra de Espadán; ahora ha fallecido tras casi nueve décadas de una vida digna. Nació en una cueva. Su padre estaba ausente porque había sido requerido como conductor de un autobús para una operación militar en Teruel y no supieron nada de él hasta que volvió al acabar la contienda.
Los primeros días de la vida de mi madre estuvieron rodeados de bombas y hambre, hasta que mi abuela se la llevó, junto a su hermano, su propia abuela y dos pesetas hasta una pequeña localidad cerca de Valencia alejada del frente. Volvieron dos años después, acabada la guerra, a su casa familiar convertida en escombros dónde solo encontraron una “mantellina” que se conserva intacta como algo muy valioso para la familia.
Gracias al trabajo como chófer de su padre y a un pequeño negocio de comestibles de su madre, la familia no sufrió las penurias y el hambre de posguerra que pasaron la mayoría de sus vecinos. De joven trabajó unos años en una fábrica de calzados en expansión, la fábrica Segarra, hasta que volvió para ayudar a su madre en el negocio familiar: la tienda de comestibles de Tere la Eugenia que luego heredaría y que la hizo muy conocida y querida en el barrio. En esa tienda y en ese barrio crecí, feliz, rodeado de mis hermanos y de mis padres y abuelos.
Con la llegada de los supermercados, muchos años después, tuvo que cerrar la tienda, pero continuó con diversos trabajos mientras atendía, con generosidad incansable, las labores de casa.
Mi padre falleció muy pronto, con 57 años, y con él mostró una infatigable dedicación procurando todos los cuidados que necesitó durante sus largos y tristes últimos años
La llegada de sus primeras nietas le ayudaron a superar el duelo, dejó de trabajar para continuar con su entrega y su esfuerzo a ayudar en su crianza y educación. Sin una queja ni un signo de cansancio. Se convirtió en el núcleo de su familia, que fue creciendo hasta los seis nietos y un biznieto al que pronto se sumará otro que ya no conocerá.
Sin haber leído fue una mujer lista porque sabía destacar lo importante y no hacer caso de lo secundario. Sabía afrontar con valentía y optimismo nuevos retos ante cada obstáculo. Sabia adaptarse ante cada adversidad sin saber de dónde procedía su fortaleza. Sabía decir las palabras adecuadas a cada persona y ante cada situación de manera que mantuvo a su familia siempre unida, en un ambiente de cordialidad y ternura.
Su casa, nuestra casa, se convirtió en un lugar de reunión familiar entrañable y acogedor.
Supo ser, ante todo, madre y abuela. Tuvo claro la importancia de convertirse en una defensora acérrima de su familia ante cualquier circunstancia.
Sus hijos y nietos, al igual que sus parejas, han sabido estar a la altura de las circunstancias hasta los últimos momentos.
Hasta sus últimos días mantuvo la dignidad y la sabiduría propia de quien dice lo correcto en cada momento. Nunca quiso ser una carga para los hijos, y nunca lo fue. Tuvo una vida sin lujos pero con el cariño y el afecto de la gente que le rodeaba. Mis hermanos heredaron de ella la capacidad de ayudar de manera incondicional a los suyos sin esperar nada a cambio. Gracias a mis hermanos, tuvo una vejez cómoda y feliz donde no le faltó nada de lo fundamental. Mi hermano iba a diario las veces que hiciera falta para que ella no tuviera ningún tipo de incomodidad. Mi hermana la llevó al médico, de compras, a la iglesia, a visitar las fallas o a tomar un café. Nunca esperando una recompensa. Tuvo todas las atenciones a pesar de sus limitaciones en la movilidad. Gracias a sus nietas y nietos estuvo rodeada del amor más puro y no tuvo nunca la sensación de soledad y de tristeza que acompaña a muchas personas al final de sus días. Mis sobrinos y mis hijos estaban en contacto con ella casi a diario mostrándole siempre el cariño que merecía.
Hasta el último día estuvimos con ella. Hasta el último día mi hermana le hizo disfrutar de su última natilla, de su último vaso de leche con galletas, de su última naranja. Con sus facultades cognitivas intactas, pero sin saber que le quedaba poco, nos abandonó con la dignidad de las buenas personas, esforzándose hasta el último aliento en complacer a los suyos. Lo hizo un 8 de octubre, justo al inicio de las fiestas de la Pilarica, a la que tenía una intensa devoción, al igual que mis hermanos y sobrinos. El destino quiso que a los pocos días de su fallecimiento tuviera lugar, junto a su casa, la ofrenda de flores, la misa, la procesión, todo con numerosas muestras de profundo afecto por parte de sus familiares y vecinos. Todo ocurrió como a ella le hubiera gustado.
Iba a cumplir 87 años y a conocer a su segundo biznieto, y a pesar de su esfuerzo no lo consiguió. Pero no importa porque el cariño y la incondicional generosidad con que nos trató permanecerá en nuestra memoria y en la de nuestros hijos.