Buscar este blog

lunes, 13 de marzo de 2017

TECNOLOGÍAS

No es lo mismo utilizar el teléfono móvil para pagar la cuenta en un restaurante que para elegir el plato que vas a comer. Tampoco es lo mismo que una aplicación te reconozca una canción tras unos pocos segundos  que el hecho de que componga una sinfonía sin que se aprecie la diferencia respecto a una de Mozart. Que la tecnología informática nos ayude a elegir la carretera para ir a nuestro destino es diferente a que nos ayude a decidir la carrera que estudiar o la esposa con quien casarnos. Existen dispositivos tecnológicos que van más allá de ser un asunto mecánico, ya que parecen comprender y simular el funcionamiento de nuestro cerebro.

La revolución digital ya ha cambiado nuestra vida cotidiana, y los cambios que nos esperan para las próximas décadas son impredecibles: excitantes, o terroríficos. Pero será la unión de estas tecnologías con la biotecnología lo que producirá una revolución cultural sin precedentes al cambiar el concepto que el hombre tiene de sí mismo y socavar los principales cimientos sobre los que se sustentaban nuestros esquemas cognitivos. La esencia misma de la naturaleza humana, fruto de las reflexiones filosóficas de varios milenios puede llegar a su punto más crítico

Pero, permítanme que vuelva al hombre con quien empezó todo, que no es otro que Charles Darwin. Cuando el naturalista inglés elaboraba su teoría sobre la evolución, tuvo muchas dudas en publicar sus ideas por el temor de que hiciera tambalear la sociedad en la que vivía. En su principal libro proponía un mecanismo para explicar el origen de las especies, y aportaba muchas pruebas y convincentes argumentos a favor de su teoría de la evolución; pero la autentica revolución conceptual era la idea de que el ser humano era un integrante más del mundo viviente, un animal más, con un comportamiento más complejo que los demás animales, pero desprovisto de una entelequia psíquica que lo gobierne de manera libre y sin ataduras biológicas. Darwin ya advirtió de las implicaciones que tendría para la psicología del futuro sus ideas sobre el origen del hombre.
Casi dos siglos después, sus ideas dominan las ciencias de la vida, y nadie duda del lugar central que ocupan en la biología. Sin embargo, no se puede decir lo mismo de las humanidades. Nuestro sistema jurídico y político flota sobre la idea de un ser humano que se despoja de su naturaleza animal y se erige como un individuo responsable, racional y dotado de un libre albedrío que infunde sentido a su vida. Pero esta idea no tendrá nada que hacer cuando se vea socavada por las tecnologías concretas e imparables que nos invadirán en las próximas décadas y que nos conectarán con las máquinas.
Las ciencias de la vida se han dado cuenta de que los organismos vivos cumplen las mismas leyes universales que el mundo físico, de que las barreras que separan el mundo viviente y el resto de la materia se desmoronan. La última consecuencia de la teoría darwiniana es que los organismos funcionan como algoritmos bioquímicos, abriendo de esta manera las puertas a su conexión con los ordenadores. La fusión de las nuevas tecnologías digitales con la biotecnología nos llevará a la mayor revolución cultural de la historia de la humanidad. El alma y la individualidad podrían pasar a ser conceptos anticuados y difusos junto a muchas de nuestras creencias religiosas y culturales.

Hace casi cien mil años unos primates africanos sufrieron unas mutaciones que cambiaron el modo de desplazarse y  aumentaron notablemente sus conexiones neuronales y las posibilidades de comunicarse con sus semejantes. El aumento de su capacidad cerebral hizo que aprendieran a cooperar y a intercambiar información. La conexión de las mentes formando complejas estructuras sociales supuso su mayor logro. Construyeron ciudades, máquinas, dinero y dioses; trasladaron su información en forma de escritura  y se convirtieron en una especie singular que se apoderó del planeta y miró hacia otros mundos.

En el presente siglo, puede que asistamos a cambios de la misma trascendencia que los que originaron nuestra especie, pero a una velocidad incomparable. La revolución digital puede hacer que la mente humana se fusione con la materia inorgánica procedente de los ordenadores, amplificando enormemente la capacidad de procesar e intercambiar datos. El transhumanismo vaticina una nueva y decisiva revolución cognitiva en la que el humano trascenderá nuestras capacidades biológicas hasta límites insospechados. Nadie puede vislumbrar si ese futuro traerá el caos en la tierra o la conquista de otras galaxias. Nadie puede saber si se aplacarán sus viejas angustias existenciales.


Puede que al final, sólo le servirá para dejarse caer en el vacío del cosmos.