Yo crecí jugando con dólares, pistolas y flechas. Desde mi más
tierna infancia, y por motivos de trabajo de mi familia paterna, asistí con mucha
frecuencia a una sala de cine donde se proyectaban sesiones dobles donde
predominaban las películas de “vaqueros”. Un tío mío solía decir que las películas
de vaqueros eran siempre entretenidas;
igual tenía razón, o quizá, eran otros tiempos.
La mayoría eran spaguetti westerns rodados en la polvorienta Almería
donde salían malvados muy canallas que pretendían secuestrar a la bella
protagonista o adueñarse de todo un pueblo liándose a tiros con quien se cruzaba por delante. Por misteriosos
y lejanos rincones de mi memoria aparece una de las primeras películas que
recuerdo, con un tipo muy cínico llamado Monedero; consultando la web he recuperado el suculento título: “Voy, le mato y vuelvo”, de
Enzo Casteglari. Puede que la mayoría sean olvidables, pero entre ellas se
encontraba también la apreciable trilogía de Sergio Leone El bueno el feo y el malo, Por un puñado de dólares, o La
muerte tenía un precio, todas con la impagable música de Ennio Morricone, y
con la presencia de un tipo duro de rostro inquebrantable que masticaba un
purito y disparaba sin temblar jamás; se llamaba Clint Eastwood y era el
favorito de mi padre.
Posteriormente conocí los principales títulos del western americano que constituyen - eso dicen- junto al jazz, las principales aportaciones de los Estados
Unidos a la cultura occidental.
Pueblos sin ley, caballos
al galope, pistoleros, sheriffs, colonos, indios, soldados del séptimo de
caballería, alambradas, recompensas, el saloon y sus chicas... Toda una
iconografía que sirve para contar historias de supervivencia en entornos
hostiles y desarrolladas en enormes espacios abiertos o en polvorientos pueblos
buscando la llegada de la civilización.
Entre los títulos míticos están los de John Ford: El hombre que mato a Liberty Valance,
Centauros del desierto (considerada por los críticos como uno de los
mejores films de la historia), Fort
Apache, entre otras películas del séptimo de caballería; los míticos títulos de Anthony Mann, de Bud Boetticher, en fin, la lista sería
demasiado larga.
A mí me gusta especialmente la cinta sobre el juez Roy Bean El forastero, (inolvidable Walter Brenan) de William Wyler, o El pistolero de Henry King con un
sobrio Gregory Peck. También el conocido Johnny
Guitar, con diálogos excelentes,
donde la dura Joanne Crawford regenta un
local con muchas dificultades, o el gran clásico Raíces profundas, tierno
y soberbio como pocos.
En otro estilo recomendaría el sobrecogedor Pat Garrett y Billy the Kid(1973) de Sam Peckimpah con la profunda
canción de Bob Dylan “tocando a las puertas del cielo” y que nos contaba una de
las historias más míticas y legendarias del Oeste.
Me voy a permitir comentar un western menos conocido: Juntos hasta la muerte (Colorado Territory),
rodado en 1949 por el maestro del género de aventuras Raoul Walsh.
Basándose en una novela de Burnett que el propio Walsh ya adaptó
anteriormente en un magnífico film negro, El
último refugio, realiza un film austero, rotundo y salvajemente romántico.
Joel McCrea es un preso solitario al que ayudan a escapar para
que realice un último golpe. Cruza toda clase de fatalidades intentando
redimirse junto a una bellísima chica de oscuro pasado (Virginia Mayo) con la
que tendrá una intensa y apasionada relación. El espectador asiste sin pestañear a una historia de amor y muerte en pueblos abandonados en mitad de un desierto y con un final que inspirará a muchas obras posteriores como Duelo al sol de King Vidor (otro grandioso western) o el maravilloso film negro de serie B El demonio y las armas.
Buena parte de la iconografía del western está
contenida en los 90 minutos que dura esta joya del género. Puñetazos, tiros,
traiciones, asaltos a trenes, la fatalidad del destino impregnada en el Cañón de la Muerte del río Colorado y
en el rostro de los protagonistas. Pueblos erosionados por el tiempo, paisajes
y personajes con carácter fúnebre que nos recordará al magistral Sin perdón de Clint Eastwood, sin duda
uno de los principales nombres de la historia del western, y del cine.
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