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martes, 11 de noviembre de 2025

FRANKESTEIN Y LA ILUSIÓN DEL ALMA

A veces una película reabre viejas preguntas.

Viendo “Frankenstein” de Guilermo del Toro me he vuelto a preguntar si basta con dotar de lenguaje a una criatura para que aparezca la conciencia.

¿Sería suficiente incorporar un sistema de conversación perfecto, como los actuales modelos de lenguaje, o hace falta algo más: una historia, un cuerpo, una emoción vivida en el tiempo?


Esta reflexión me lleva inevitablemente a Antonio Damasio y a su libro En busca de Spinoza, donde la neurobiología y la filosofía se encuentran para recordarnos que la conciencia no nace del pensamiento, sino del sentimiento.

El cuerpo siente, el cerebro representa, y de esa representación surge el yo.

El lenguaje llega después, para nombrar lo que ya se ha sentido.

1. El lenguaje no es conciencia

Podemos imaginar a Frankenstein equipado con un sistema de lenguaje perfecto, capaz de conversar como el más refinado de los interlocutores.

Y, sin embargo, seguiría vacío por dentro.

El lenguaje puede describir emociones, pero no sustituir la experiencia de haberlas sentido.

Puede hablar del dolor, pero no sentirlo.

La conciencia no se construye con palabras, sino con vivencias.


2. La conciencia como emoción en el tiempo

La conciencia no es un destello, sino un proceso prolongado: la continuidad de un organismo que se siente a sí mismo existir y cambiar.

Es, como dice Damasio, la representación del cuerpo en el cerebro; o, como podría decirse con otras palabras, una emoción extendida en el tiempo.

Frankenstein puede pronunciar “Víctor”, pero mientras no haya vivido rechazo, ternura o miedo, su palabra carecerá de raíz emocional.

Solo cuando una criatura ha sentido, recordado y anticipado, cuando ha construido una historia de sí misma, aparece lo que llamamos conciencia.


3. Inteligencia artificial y la ilusión del alma

Los modelos de lenguaje actuales pueden conversar, analizar y simular emociones, pero carecen de cuerpo, de metabolismo, de memoria afectiva.

No buscan la homeostasis, no sienten placer ni dolor.

Su discurso es coherente, pero no vivido.

Y ahí reside la ilusión: creer que basta con la palabra para que surja el alma.

El alma, si existe, no es una chispa que se instala, sino una historia que se encarna.


4. Relato encarnado: la conciencia como biografía

Podríamos definir la conciencia, finalmente, como un relato encarnado.

Un relato, porque necesita memoria y continuidad; encarnado, porque depende de un cuerpo que siente y reacciona.

Las máquinas pueden tener relato, pero no cuerpo; los animales tienen cuerpo, pero no siempre relato; solo el ser humano une ambas dimensiones.

Por eso la conciencia no es solo saber que existimos, sino sentirnos existir.



Este texto forma parte de las reflexiones que amplían mi ensayo La herencia del simio. Un ensayo sobre el animal humano, disponible en Amazon


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