Parece una mañana de primavera. Una mañana intacta, abierta a la luz. El mar se extiende silencioso y tranquilo bajo la mirada del sol que acaricia mi rostro, aún sin fuerza. Cierro los ojos y noto la tibieza en mis párpados. Viajo al centro de mi cerebro, de mi vida.
Vivir es elegir, cada opción elimina todas las demás alternativas, y ya nada será igual. Cada decisión, cada acto determinará el resto de tu camino, y aunque parezca no tener consecuencias, como tirar piedras al mar, las tiene; y son irreversibles, definitivas.
Estoy escuchando música sublime. Y disfrutando de esta mañana sosegada y limpia, a la espera de nuevas cenas en la terraza de un buen restaurante, envuelto en el aroma del mar.
Sí, lo sé, al mundo nada le importa; a mí, casi nada. Pero todavía soy capaz de imaginar emociones que me erizan la piel y me empujan las lágrimas hacia fuera. Mientras escribo, sigo escuchando música que recorre mi vida. ¿Quien se puede atrever a decir que no es conmovedora? Soy yo, solo, el que la hace gloriosa, perfecta, cuando suena en mis auriculares y en lo más profundo de mi memoria. Y esto es incuestionable, absoluto. El sol sigue subiendo para observar el mar con más fuerza en esta mañana lenta, clara, intacta.
P. D. Al final la tocaron, vaya si la tocaron
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