¿Como explicar la clara y obstinada insistencia en el crecimiento ordenado de un ser vivo desde las instrucciones genéticas que contiene el núcleo de un zigoto?
¿Qué es, en realidad, la “voluntad de vivir” instintiva que posee un mamífero recién nacido que le impulsa a chupar tras un leve contacto con el pezón de su madre?
Spinoza lo intuyó hace unos cuantos siglos con el concepto de “conatus” (esfuerzo, empeño, impulso, inclinación, tendencia): “…cada criatura, en la medida que puede por su propio poder, se esfuerza para preservar en su ser…”. “…el empeño mediante el que cada criatura se esfuerza para preservar en su ser no es otra cosa que la esencia real de la criatura.” (Proposiciones 6, 7 y 8. Ética, parte III)
Esta idea puede considerarse precursora del moderno concepto de “autopoiesis” que hace referencia a la propiedad de los seres vivos de construirse a sí mismos “Los seres vivos son redes de producciones moleculares en las que las moléculas producidas generan con sus interacciones la misma red que las produce” (Maturana).
También en la actualidad Damasio busca a Spinoza en su magnifico libro “En busca de Spinoza. Neurobiología de la emoción y los sentimientos” para explicar la tendencia al equilibrio homeostático que cumplen las emociones y los sentimientos intentando conseguir el estado de bienestar.
Así pues, desde la biología actual, el conatus puede entenderse como una serie de circuitos cerebrales y de señales químicas y electroquímicas que gestionan de manera eficaz la regulación de la vida. Los seres vivos nacen con dispositivos neurobiológicos congénitos diseñados para mantenerse en el tiempo y resolver automáticamente los problemas “vitales” (encontrar fuentes de energía que conserven su estructura y autorregulen su medio interno).
Se empeñan, aún sin intervenir la conciencia, en preservarse en el tiempo, en sobrevivir.
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