Ante
la más mínima señal de desasosiego me agarro al limpio rostro sin grietas de
mis hijos. Frente al desaliento, la euforia con la que se enfrentan a cualquier
juego. Mi misión es permitirles esta alegría de vivir que tienen los inocentes
que aún no entienden de dramas sin retorno, que aún no se han encarado a la
realidad de un mundo injusto e inútil.
Les
observo cuando ríen y muestran la pura expresión del entusiasmo. Ajenos a
cualquier futuro, ligeros y desprovistos de equipajes teñidos de tragedia.
Espero
que las continuas fiestas que ahora disfrutan queden grabadas en lo más
profundo de sus cerebros y sobre esta riqueza construyan un futuro sereno y
feliz. Que estas horas de despreocupada diversión les proporcione confianza y
equilibrio para enfrentarse a los peligros que les quedan por delante.
Quiero
protegerles ese espacio de felicidad que tienen quienes todavía poseen el tiempo
de vivir. El mismo tiempo que a mí se me
esfumó.
Pero
ahora, les necesito. Para poder alejarme del abismo. Les necesito para
recuperar la confianza perdida; pero sobre todo para experimentar, con todo su
esplendor, el sentimiento de ternura.
Extraordinario. Brillante. Enhorabouena por el blog
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