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martes, 6 de abril de 2021

OLORES

 

El sentido del olfato está en nuestro cerebro íntimamente ligado a la memoria, pero desconectado del lenguaje; es fácil reconocer los olores pero no describirlos. Este sentido jugó un papel relevante en nuestros antepasados primates. 

En la infancia, cuando nos sentimos más inseguros e inmaduros, los olores adquieren un valor emocional especial, y por eso quedan grabados con tanta intensidad. 

La gente que haya cumplido varías décadas reconocerá algunos de estos aromas que siguen escondidos en algún rincón del cerebro después de tantos años. Todos están atados a recuerdos de un lugar y de un tiempo.

El de los libros nuevos estrenados al principio de cada curso, el de las gomas de borrar con sabor a nata, o a coco, el del alcanfor del armario ropero, o el de bengalas anti mosquitos de lejanos veranos, el de la olla que hacía tu madre o el de la panadería donde se horneaban las monas de Pascua, ”les coques en tomata” o el arroz al horno, el de la tierra mojada después de una tormenta de verano, el olor a humo mezclado con café en aquel bar después del mediodía, el de bocadillo de sepia de otro bar un domingo por la tarde, el aroma verde del jabón Heno de Pravia, o el de Lagarto que se usaba para lavar la ropa, el del pegamento Imedio, el olor al patio de butacas de un cine viejo, o el olor intenso de la habitación de un familiar enfermo. Puedo seguir con aquel aroma a sábana limpia que envolvía de ilusión mis inocentes sueños infantiles, o el olor salado que desprendía cualquier mar, el olor a romero en una excursión de primavera, el del césped mojado y el del cloro de las piscinas, el olor a salazones y a frutas a primera hora en el mercado, el olor a piel y a zapatos nuevos de aquella fábrica y a café torrefacto en aquel almacén de ultramarinos, o el olor dulce de la tienda de caramelos durante una visita a la capital, y el de los churros, y el de la pólvora mezclada con pasodobles. Hay muchos más.


Todos quedaron grabados unidos a emociones en algún lugar del cerebro de manera que 

uno los identifica al instante si han formado parte del territorio de su conciencia; todos adornan el paisaje sentimental de mi infancia y el tiempo no conseguirá borrarlos mientras mi identidad siga intacta. Forman parte de la esencia de mi niñez, del equipaje que uno se lleva a cualquier sitio al que vaya.