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miércoles, 20 de mayo de 2015

TERNURA

Ante la más mínima señal de desasosiego me agarro al limpio rostro sin grietas de mis hijos. Frente al desaliento, la euforia con la que se enfrentan a cualquier juego. Mi misión es permitirles esta alegría de vivir que tienen los inocentes que aún no entienden de dramas sin retorno, que aún no se han encarado a la realidad de un mundo injusto e inútil.

Les observo cuando ríen y muestran la pura expresión del entusiasmo. Ajenos a cualquier futuro, ligeros y desprovistos de equipajes teñidos de tragedia.

Espero que las continuas fiestas que ahora disfrutan queden grabadas en lo más profundo de sus cerebros y sobre esta riqueza construyan un futuro sereno y feliz. Que estas horas de despreocupada diversión les proporcione confianza y equilibrio para enfrentarse a los peligros que les quedan por delante.

Quiero protegerles ese espacio de felicidad que tienen quienes todavía poseen el tiempo de vivir.  El mismo tiempo que a mí se me esfumó.


Pero ahora, les necesito. Para poder alejarme del abismo. Les necesito para recuperar la confianza perdida; pero sobre todo para experimentar, con todo su esplendor, el sentimiento de ternura.