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domingo, 28 de octubre de 2018

EL ENIGMA DEL TIEMPO


Estoy solo. Quieto. Escucho el silencio del tiempo, su soledad en la noche. Intento retener el instante, atraparlo para que mi memoria lo recupere dentro de unos años, antes de que se diluya en la nada.
Me dejo arrastrar hacia el pasado y acuden a mi mente otros momentos procedentes de diferentes décadas. Es un misterio por qué algunos vuelven tan nítidos y luminosos mientras otros revolotean en plena confusión. Recuerdo una tarde de invierno paseando por una calle medio deshabitada mientras me preguntaba cómo recordaría aquella fría tarde de enero en un futuro. Han pasado más de veinte años pero recuerdo perfectamente la ropa que llevaba, la hora y el lugar de aquel paseo ¿Qué secreto hilo conecta aquella tarde con este preciso instante? ¿Qué significa realmente el tiempo transcurrido, o perdido? ¿Cómo nos ata, nos envuelve y nos desliza desde que nacemos hasta llevarnos al definitivo paisaje vacío en el que todo quedará en el olvido final?

La naturaleza de mi mente y la forma en que se construyó entrelazándose con el tiempo es el mayor de los misterios. La vinculación de mi cerebro con los años que me tocó vivir constituye la esencia de mi individualidad, el soporte de mi memoria sobre el que se sustenta la conciencia. Así, el tiempo fue estratificando en mi cerebro las caricias de mi madre,  la serenidad de mi padre, mis sueños adolescentes, todos mis deseos y  mis frustraciones. Soy el relato que el tiempo ha ido construyendo sobre mi memoria. Ahí está el fundamento de mi identidad.

Ahí radica la diferencia fundamental con el conjunto de algoritmos que puedan originar Inteligencia Artificial.

La conexión cerebro-tiempo es el mayor de los enigmas. El que engloba a todos los demás.