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lunes, 22 de junio de 2015

DILEMA

Cualquier teoría sobre la naturaleza humana, o lo que es lo mismo, sobre la mente, debe resolver el siguiente dilema:
O bien la conciencia es el producto de la maquinaria bioquímica subyacente en los  miles de millones de conexiones neuronales del  interior del cerebro humano o bien consiste en una dimensión espiritual que funciona de forma independiente de las leyes del cuerpo.
Dicho de otro modo, o bien aceptamos que sólo somos un animal con un cuerpo gobernado por un montón de neuronas y de hormonas o creemos que lo humano no se agota en lo físico y hay que acudir a un alma o espíritu que opera con leyes independientes a las de la materia. Uno está obligado a  enfrentarse a la disyuntiva de aceptar que los rasgos que nos parecen más específicamente humanos como la generosidad, la bondad, o el amor, así como el egoísmo o la crueldad  proceden de nuestra maquinaria neurológica o, en cambio, aceptar que hay algo más.

El problema es que lo que de verdad está en juego es el papel de la responsabilidad moral y su relación con la libertad.
Si aceptamos que nuestra mente es el producto de nuestro cerebro  determinando nuestra conducta  deberá revisarse el concepto de libre albedrío y también el de responsabilidad moral. El hombre aparece despojado de su capacidad de decisión y la estructura social que nos distingue del resto de los animales acabaría desmoronándose. No parece que esta idea cale con facilidad en muchos intelectuales.
De cualquier manera se habrá de resolver la cuestión de la responsabilidad moral humana, porque el dilema al que nos enfrentamos se puede formular también de esta otra forma (que Pinker en su obra “La tabla rasa” atribuye  a Hume):

“O bien nuestros actos están determinados, en cuyo caso no somos responsables de ellos, o bien se deben al azar, en cuyo caso no somos responsables de ellos”