No hay nada
más potente y definitivo que la revolucionaria idea darwiniana de que todos los
seres vivos tienen un mismo origen, un mismo impulso vital y un mismo fin. En
esencia, un microbio, una tortuga, un pingüino o un ser humano comparten la
misma historia de amor.
Pero el
principal misterio radica en que esta idea forma parte de los pensamientos que
recorren el cerebro de un hombre en mitad de la noche.