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domingo, 11 de noviembre de 2012

TEORÍA EVOLUTIVA DEL CONOCIMIENTO (II)

La teoría evolutiva del conocimiento parte de la siguiente premisa principal: si el cerebro es producto de la evolución, el hombre dispone de capacidades cognitivas capaces de extraer conocimiento de su entorno.
Así, las capacidades cognitivas han sido seleccionadas porque aumentan la eficacia biológica, es decir, porque favorecen la supervivencia y el éxito reproductivo de los individuos con estructuras subjetivas del conocimiento que coinciden con las del mundo externo, ya que éstas se han formado a lo largo de la evolución gracias a su adaptación a ese mundo real. Y coinciden con las estructuras reales (en parte) porque sólo una coincidencia tal les ha permitido sobrevivir.
Nuestra  supervivencia habría sido difícil si nuestras capacidades cognitivas no fueran fiables en cuanto al conocimiento que proporcionan sobre el entorno; un mono con una falsa percepción de las ramas sobre las que salta o un tigre con poca capacidad para medir las distancias lo tendrían muy mal para sobrevivir. Esto podría extenderse a las inducciones sobre nuestro entorno, Las creencias verdaderas sobre el entorno tendrían por lo general un mayor valor adaptativo que las falsas, al anticipar mejor las consecuencias y por tanto poder modificar las respuestas con más eficacia.  El  conocimiento científico es el resultado de la sofisticación y el desarrollo del sentido común. El método de aprendizaje por ensayo y error –de aprender de nuestros errores seleccionando lo que funciona- parece ser el mismo, desde los primeros agricultores que tenían que optimizar sus cosechas hasta los sofisticados científicos de la actualidad que tienen que demostrar su pragmatismo.

Al aceptar la epistemología evolucionista, estamos aceptando la existencia de la realidad objetiva. Estamos aceptando un realismo ontológico; existe un mundo que, al menos en algunas de sus características, es independiente de cualquier acto de conocimiento. Asimismo  el hecho evolutivo de la adaptación de nuestras capacidades cognitivas exige reconocer un medio externo al que adaptarse el organismo. El mundo no puede ser un producto de nuestras capacidades cognitivas puesto que éstas han surgido como resultado de una adaptación al mundo. Además, para que haya sido posible la evolución, ese mundo real e independiente ha de poseer un orden previo, ha de seguir unas regularidades o leyes que el ser vivo capta. Los organismos organizan y reconstruyen el entorno a partir del mundo exterior ordenado que tienen “fuera”. 

También los animales poseen representaciones mentales adecuadas de su entorno dentro de límites impuestos por sus sistemas sensoriales y neurológicos. Así, por ejemplo, un pollo puede reconocer objetos que están parcialmente ocultos, o `picar comida en forma de bola antes que en forma de disco aplanado. Tienen por tanto, una capacidad innata para reconocer forma, tamaño y tridimensionalidad. Lo mismo puede decirse del reconocimiento acústico innato de la llamada de la madre en aves recién nacidas. Otro ejemplo aun más simple, una garrapata se lanzará a chupar un liquido que esté a 36 grados y que tenga una concentración de acido butírico parecida a la de nuestra sangre,  teniendo con ello una definición más o menos exacta de lo que es un mamífero.

En tal sentido, puede decirse que la epistemología evolucionista profundiza el giro copernicano iniciado por Darwin llevándolo a la epistemología, pues desplaza al hombre del centro del universo en lo que se refiere a su capacidad para obtener conocimiento del entorno. Aunque los humanos dispongan de recursos cognitivos mucho más desarrollados y complejos que otras especies, no hacen del hombre un caso aparte. El hombre deja de ocupar un lugar central en el Universo desde donde extrae sus leyes. El cielo no gira en torno a nuestro planeta. La química de la vida no es diferente de la del resto de la materia. La especie humana no es diferente sustancialmente de las demás. La razón no es exclusiva del hombre, sino una función del cerebro que extrae orden del entorno cuando interactúa con él.

Konrad Lorenz, el exponente más destacado de la etología y uno de sus fundadores, a la pregunta de por qué coinciden las categorías del conocimiento con las categorías reales, responde: “por las mismas razones que la forma de la pezuña del caballo se adapta al suelo de la estepa y la aleta del pez al agua. Entre las formas del pensamiento y de la intuición y las reales existe la misma relación que entre el órgano y el medio externo, entre el ojo y el sol, entre la pezuña del caballo y el suelo de la estepa, entre la aleta del pez y el agua, esa relación que existe entre la imagen y el reflejo del objeto, entre pensamientos modélicos simplificados y los hechos reales, una relación de analogía en un sentido más o menos amplio” (Lorenz, 1943).

Por tanto, para Lorenz, “la vida es un proceso de adquisición de conocimientos" y nuestra capacidad de conocimiento es un aparato innato que refleja el mundo externo que ha sido desarrollado en la filogenia humana y que representa una aproximación real a la realidad extra subjetiva.

Esta adaptación del aparato del conocimiento al mundo circundante nunca es ideal. Las especies no se adaptan de forma ideal al mundo. Como consecuencia de ello, el aparato humano del conocimiento no es perfecto ya que las adaptaciones al entorno nunca son ideales, y dependen de las condiciones bajo las que se ha desarrollado. En condiciones extraordinarias puede fallar como ocurre en las ilusiones ópticas.
Por tanto, podemos concluir que las estructuras a priori de la razón son estructuras a posteriori desde el punto de vista evolutivo.

 Una cita de Kumbies al respecto:
“La coincidencia entre naturaleza e intelecto no se produce porque la naturaleza sea razonable, sino porque la razón es natural”.

2 comentarios:

  1. Miquel, magnífico artículo. Te lo digo muy sinceramente. Tenemos una forma muy parecida de entender el mundo.

    Por cierto, me gustaría saber si coincides conmigo en que, a partir de esas estructuras cognitivas de las que hablas, las cuales son "a posteriori" evolutivamente hablando, no parece probable que seamos capaces de conocer con certeza, y de una manera universal y necesaria, los fenómenos del mundo.

    Es decir, con la realidad evolutiva del hombre, ¿no te parece que toda la parafernalia que Kant montó para justificar la posibilidad de un conocimiento universal y necesario en el hombre se viene abajo?:

    El intelecto del hombre surge de una regularidad a una escala muy determinada -la escala mesoscópica- y durante un tiempo muy determinado -los 14.500 millones de años que ha llevado que evolucione en el universo nuestro cerebro. Es decir; que a partir de esta naturaleza, sólo podemos hablar con propiedad sobre que realmente existió esta regularidad en esas escalas y en ese periodo de tiempo: escapando así de nuestra capacidad de conocimiento todos aquellos fenómenos que no han sido habituales al proceso evolutivo (sirva de ejemplo nuestra incapacidad para comprender más allá del cálculo las consecuencias de la física cuántica).

    También creo que escapa de nuestra capacidad el potencial de aseverar la universalidad y necesidad en nuestras teorías y leyes: la inducción es un puro acto de fe, una tendencia de nuestra mente producto de su eficacia para favorecer la supervivencia del individuo. Pero el éxito de esa inducción es precisamente debida a la regularidad en los fenómenos del mundo hasta ahora...¡y no podemos asegurar con certeza que esa regularidad vaya a seguir ocurriendo! Es decir, que nuestra mente tampoco puede justificar una necesidad en nuestro conocimiento del mundo fenoménico.

    Así pues, en mi opinión, una teoría del conocimiento evolutiva debe conducir y coincidir casi con el escepticismo que hace tantos siglos Hume descubrió al mundo: el hombre sólo es capaz de formar creencias más o menos probables a partir del hábito y la regularidad en el estudio empírico del mundo: ni necesidad ni universalidad, la certeza parece que escapa de nuestro potencial de conocimiento.

    Un saludo, amigo.






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