Los animales, tambien los humanos por supuesto, pueden considerarse como tubos que ingieren alimentos por delante y eliminan los residuos por detrás, de esta manera aguantan hasta producir nuevos tubos, que también tragan cosas por delante y las echan por detrás. Las paredes de los tubos se engrosan y forman órganos y aparatos en una cavidad interna que les permite adaptarse al medio donde residen, lo que les hace adoptar multitud de asombrosas formas que los hacen irreconocibles como tubos. En el extremo de entrada incluso desarrollan ganglios nerviosos denominados cerebros, con sensores que les facilitan la búsqueda de cosas que tragar y de parejas para procrear. Cuando obtienen alimento suficiente, gastan su excedente energético en congregarse en grupos para defenderse y luchar contra otros grupos con los que entran en conflicto originándose una fuerte competencia que permite a la selección natural mejorar la capacidad de formar tubos bioquímicos complejos y perfectamente adaptados a su entorno. El Tiempo hace el resto. Hasta el punto que los cerebros tienen la capacidad de buscar el origen termodinámico de los seres vivos y las leyes que rigen la materia hasta el punto que la misma materia sea capaz de preguntarse por sí misma. Pero el Universo sigue su curso sin que le importe lo más mínimo las cuitas de estos fragmentos de materia humana aparecidos en un pequeño planeta en un rincón de una galaxia que pertenece a un conjunto de galaxias al que los humanos llaman grupo local. Pues nada. ¿Y qué?
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