Entre las instrucciones que guarda la secuencia genética de un espermatozoide o un óvulo está la de continuar reproduciéndose. El imperativo biológico que estas células llevan grabado en su interior es el de conquistar la eternidad, y para ello originan un zigoto que crecerá y se transformará en un animal. Un animal es un fragmento de carne que sirve para originar nuevos gametos que buscarán otros gametos del sexo opuesto con los que unirse para formar nuevos zigotos. Éstos se denominan diploides porque disponen de dos copias de instrucciones genéticas, uno procedente de cada célula sexual, y por ello están mejor preparados para resistir invasiones microbianas y superar obstáculos que los pudiera eliminar del tiempo. Toda una explosión de estrategias apareció en el mundo de los animales para sobrevivir. Refrigerarse o calentarse, comer o descansar, acercarse o huir, asociarse o engañar, y por supuesto, seducir y cortejar.
En el caso de los humanos, estos animales disponen entre las orejas de una masa viscosa de menos de kilo y medio que le permite ofrecer una gran variedad de mecanismos para adaptarse a un ambiente en continuo cambio. Y sobre todo ha proporcionado una auténtica maravilla evolutiva: la aparición de la conciencia y de la ciencia; la posibilidad de desvelar el secreto que guarda el fenómeno de la vida en sus secuencias genéticas y entender el origen de hombre tras ser sometido a toda clase de presiones evolutivas.
Desde este punto de vista se puede entender el entusiasmo de una pareja de adolescentes, el cosquilleo de los momentos anteriores a una cita, la furia apasionada con que juntamos los fluidos corporales o el apego que tenemos por quienes más genes compartimos. También el odio y la competencia que se genera para acaparar recursos. Pero la más importante lección que encierra nuestro ADN es encontrar placentera la búsqueda del amor así como la elegante generosidad con que nos enfrentamos al cuidado de las criaturas en sus etapas iniciales. Estos son los principales mandatos ocultos en lo más profundo de la maquinaria bioquímica de los espermatozoides y óvulos que fuimos algún día.
Muy buen artículo, Miquel.
ResponderEliminarYo añadiría a tu reflexión un comentario sobre la irracional "finalidad" de todos esos imperativos, mandatos o requerimientos biológicos.
En última instancia se puede comprobar el nihilismo de la vida: no hay racionalidad en esa "búsqueda evolutiva" por la supervivencia del gen. Se trata de un proceso mecánico natural, de algo ciego y espontáneo; como la piedra cayendo al obedecer las leyes de la gravedad.
Dawkins dijo hace ya tiempo la célebre frase de que sólo somos máquinas de reproducir genes, pero a mi parecer la metáfora se quedó corta: una máquina es algo construido por el hombre para un fin racional bien establecido: la vida no posee ese fin racional (sólo la necesidad irracional de ser y obedecer), por lo que yo diría más bien que no somos NADA.
Y es que hoy día, y gracias a la ciencia, sabemos que no somos en esencia en nada diferentes del resto de fenómenos del mundo.
¡Un cordial saludo!
Me ha encantado tu descripción de un animal.
ResponderEliminarTambién me ha traído a la memoria algo que escribí hace mucho sobre ese impulso amoroso, pero en versión átomo: http://trozosdenada.blogspot.com.es/2007/04/se-enamoran-los-tomos_19.html
Un saludo.
Encantado de que comentes en mi blog. He leído aportaciones tuyas en otros blogs y me parecen interesantes. Un saludo
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