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miércoles, 1 de febrero de 2023

SOLEDAD INFRANQUEABLE

 Mis hijos son mi cosecha, mis sueños renovados soltados a la intemperie. Son un manantial del que brota una vida más lúcida, más plena que la mía. Verán el esplendor de nuevos horizontes, irán un paso más allá y contemplarán la cima; con la cara adornada por el triunfo se asombrarán ante un futuro que yo no veré. 

No hay tranquilidad como este sosiego, esta calma de la luz del mar, este brillo limpio en un día apacible de invierno solitario, de playa fuera de temporada.

He llegado a una edad en la que me siento más joven que las arrugas que veo en mis fotografías. Me resisto a que mi cerebro empiece a degenerar y a encogerse, a que no encuentre la palabra justa, pero sé que llegará el momento en que la esperanza parpadee y el abismo se presente con toda su crudeza ante mi rostro. 

El único sentido de la vida es esta continua renovación de las ilusiones inocentes, adolescentes, del torbellino de pasiones que buscan extraer orden del caos y contemplar un amanecer como si el sol saliera con el propósito de saludarte.


No hay felicidad como ese  entusiasmo con el que se afronta un buen fin de semana con la emoción justa con la que nos ha preparado la evolución para que la vida prospere y se apodere de la materia. 


Mientras, un rayo de sol diagonal cruza mi habitación para combatir el frío. Y me recuerda que hay que intentar evitar el conflicto y agarrarse a la amabilidad, a la lealtad, a la serenidad. Y me invita a buscar la belleza para conquistar mi nuevo territorio, mi espacio de soledad infranqueable

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