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jueves, 13 de noviembre de 2025

LOS BABY BOOMERS Y LA ILUSIÓN DEL AMOR

 




En Estados Unidos, y en buena parte de Occidente, se considera baby boomers a los nacidos entre 1946 y 1964, un período de incremento masivo de la natalidad posterior a la Segunda Guerra Mundial. En España, sin embargo, este fenómeno se retrasó unos años debido al desarrollo económico más tardío del país. Pero, con independencia de las fechas, esta generación puede caracterizarse por dos rasgos fundamentales.


El primero fue el crecimiento demográfico y el progreso económico que siguieron a la guerra. La mayoría de las sociedades occidentales prosperaron en un ambiente de estabilidad, mejoras materiales y, sobre todo, expectativas de futuro.


El segundo rasgo, quizá menos evidente pero decisivo, fue la irrupción del cine, la televisión y la publicidad. Los nacidos en la segunda mitad del siglo XX crecimos inmersos en un mundo de imágenes y relatos que exaltaban la idea del amor romántico como camino hacia la felicidad. Si el amor —desde una perspectiva evolutiva— es una ilusión biológica diseñada para hacernos felices y cooperar en la costosa crianza de nuestra especie, la publicidad llevó esa ilusión a su máxima expresión, prometiéndonos un mundo de plenitud amorosa.


Cuando era adolescente descubrí que el principal tema de conversación entre los amigos giraba siempre en torno al sexo y a la búsqueda de pareja. Pronto comprendí, no sin cierta sorpresa, que aquel interés no era exclusivo de mi grupo: era universal, independientemente de los estudios, el trabajo o la clase social. Y también era el tema dominante del cine, la literatura y la música.


El cine, especialmente el de Hollywood, ofrecía modelos idealizados de belleza y éxito sentimental: héroes valientes y honestos que conquistaban a la mujer perfecta; mujeres radiantes que representaban la promesa de una felicidad definitiva. Los anuncios de perfumes, coches o champús reproducían esa misma fórmula: la conquista amorosa convertida en la recompensa suprema de la vida moderna.


Por primera vez, una generación entera —la de los baby boomers— creció bajo ese bombardeo simbólico. La biología había impreso en nuestro cerebro el impulso sexual continuo y la ilusión del amor como ideal supremo; la cultura de masas amplificó ambos hasta convertirlos en la promesa absoluta. A ello se sumó la llegada de los anticonceptivos, que desligaron el sexo de la reproducción y favorecieron la liberación de la mujer y el auge del feminismo; abrieron un espacio nuevo para el deseo, la libertad y también para la confusión.


Aquella generación vivió, por tanto, una mezcla singular de idealismo romántico, liberación sexual y fe en el progreso. Nos educaron en la idea de que la generosidad en el esfuerzo conducía al éxito y a la prosperidad. No sé si la ficción y la publicidad se parecían realmente a la vida, pero aquella fue la narrativa que aprendimos.


Hoy, quizá, la historia se repite de otra forma. Las redes sociales, la pornografía en línea y la exposición masiva a contenidos visuales configuran una nueva ecología del deseo para los jóvenes centennials. Ellos también están siendo moldeados por un entorno simbólico incierto y sin precedentes, que redefine —como antes hizo la publicidad con los baby boomers— lo que entendemos por amor, por sexo y por felicidad.


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